Con motivo de la publicación del tercer cuaderno de Los ensayos banales de Cristóbal Hara, El caballo de Troya, Israel Ariño entrevista al autor.
Uno de los objetivos de esta colección de Ensayos Banales es trascender de alguna manera la propia imagen, llegar a la reflexión. ¿Podrías explicar un poco la génesis e intenciones de este caballo de Troya?
La imagen es el fin último: todo el trabajo está dirigido a conseguir la imagen. Pero para ello es necesario que haya una reflexión previa, una estrategia que condiciona las constantes decisiones que tienes que tomar cuando estás delante del motivo. También hace falta una actitud y un compromiso… De estas cuestiones previas es de lo que tratan los Ensayos Banales. Trato de explicar estas cosas a través de ejemplos prácticos. Tienes toda la razón: aquí el uso de las imágenes está al servicio de la reflexión.
En cuanto a El caballo de Troya (el número 3 de la colección), el debate entorno a la «veracidad» de la fotografía es viejo: comenzó recién inventado el medio. Mi campo es la fotografía documental, y eso acota un poco los límites de un debate inabarcable. Pero precisamente en la fotografía documental –y más aun en el fotoperiodismo– la cuestión de la «veracidad» de la imagen cobra una importancia capital. En fotoperiodismo las reglas son, necesariamente, estrictas e implacables; transgredirlas supone la vergüenza y el destierro. En mi campo las reglas son cada vez más flexibles. Mis compañeros a menudo dirigen a los sujetos, corrigen gestos, piden repeticiones, recolocan objetos… Los límites están marcados por el buen gusto del fotógrafo y por la apariencia de veracidad que transmiten las imágenes.
Las nuevas tecnologías digitales permiten falsear las imágenes con suma facilidad (incluso las mías, hechas todavía con película). Mi obligación como fotógrafo documental es conocer hasta donde es aceptable el uso de esta nueva herramienta, y qué es lo que no debo hacer.
Entre los fotógrafos se forma un consenso espontáneo, no codificado, sobre estas cuestiones: un tabú. Pero estos tabúes son muy restrictivos (en cuanto a imaginación se refiere, parecen seguir la regla del menor denominador común). Tengo que tantear para saber dónde está mi línea roja, y el formato de los Ensayos Banales me permite realizar este tanteo en público. Para ello utilizo un método práctico, el de los tratantes de ganado: «Si quieres saber lo que vale un potro, vende el tuyo y compra otro». La reacción del público me ayudará a decidir cómo debo utilizar las nuevas tecnologías.
Conviene aclarar que, hasta ahora, solo he alterado tres imágenes: Una, como experimento, hacia 1978 (nunca publicada), y las dos que contiene este ensayo. Alrededor del 97% de mis imágenes se han positivado a negativo completo, sin reencuadrar.
Sabemos que una de tus preocupaciones en esta colección es la comprensión de cada cuaderno, y has comentado además en algunas ocasiones que estos ensayos van dirigidos a fotógrafos, pero con estos primeros números hemos podido comprobar que el público que aprecia estos cuadernos es muy variado. ¿Qué importancia tiene el hecho de que sean o no fotógrafos?
Sí, yo pensaba que estos ensayos, que tratan temas inherentes a la profesión, solo iban a interesar a los fotógrafos. Es una sorpresa que personas ajenas al medio sepan leerlos y disfrutarlos. Será que es mucha la gente que va a museos y exposiciones y está acostumbrada a analizar e interpretar lo que ven. En este sentido creo que fue un acierto plantear estos ensayos, sin apenas texto. Pero también me encuentro con fotógrafos, incluso profesores de fotografía, que no entienden de qué va la cosa…
En los últimos años parece que trabajas exclusivamente en Galicia, como si lo que te ofrece este territorio fuera ya suficiente para dar salida a todas tus preocupaciones. ¿Por qué esa obsesión de acudir a los mismos lugares una y otra vez?
Voy mucho a trabajar a Galicia (más que a otras regiones), sobre todo en verano, pero sigo trabajando por toda España. El verano es complicado para mí; el sol está alto y la luz es muy dura; España se llena de veraneantes que intentan imitar la forma de vestir de los norteamericanos (sin conseguirlo). En Galicia, en cambio, puedo estar en los montes, con los caballos salvajes; a menudo con nubes bajas y buena luz. Disfruto mucho trabajando con los caballos, pero todavía no sé como llevar este trabajo a un terreno que me guste. Vuelvo todos los años a los lugares en que reúnen a los caballos para sanearlos y marcarlos; lo que me voy a encontrar es imprevisible, pero voy avanzando en el trabajo. Físicamente es un trabajo exigente, y estoy ya al límite; espero que el propio material me indique la forma idónea de usarlo, antes de que me fallen definitivamente las piernas.
Parece que el libro es el formato que mejor se adapta para dar sentido a tus preocupaciones actuales. Aunque viendo algunas de estas imágenes me pregunto como funcionaría este mismo trabajo en una sala, con la presencia del tiraje y la intensidad que produce el enfrentarse a una obra cuando te colocas ante ella. ¿Has pensado en esta posibilidad?
Mira, lo que de verdad me interesa es fotografiar. Todo lo demás es accesorio. Debería hacer más exposiciones, pero eso lleva tiempo y, desde que mi mujer se puso enferma, me tengo que ocupar de muchas más cosas. Desde el inicio de la crisis tampoco me ofrecen exposiciones interesantes, con los gastos pagados y con una pequeña cantidad por los derechos a colgar. ¡Así deberían de ser todas las exposiciones! Pero hay que trabajárselo y no me llevo bien con las autoridades, sobre todo cuando éstas no entienden de fotografía. No tengo tiempo ni ganas de andar medrando. Aunque los caballos sí que se han expuesto: en una exposición grande en el Museu Berardo de Lisboa (2009) colgué solo caballos en una sala; y en Huis Marseille de Ámsterdam (2007) llenamos un antiguo invernadero, anexo al edificio principal, con copias grandes de caballos pasando por el fuego. Quedaron bien. Ya llegarán más exposiciones.